Hace aproximadamente dos años el Diario Vasco publicaba un artículo con este mismo título. Tomando como excusa aquel artículo, ampliándolo y retocándolo, voy a arriesgarme a sacarlo a con la sana intención de agitar un poco las tranquilas aguas por la que discurre el devenir de nuestra sociedad donostiarra y animar la discusión sobre la posible relación existente entre la discreta institución de la Francmasonería y nuestras familiares sociedades gastronómicas.
Anticipo que este artículo no hace mención alguna al carácter actual de las sociedades gastronómicas, ya que es público y notorio que hoy, las sociedades son txokos exclusivamente gastronómicos y nada tienen que ver con los posibles orígenes defendidos en este trabajo. Queden pues tranquilos todos los amantes de estas sociedades gastronómicas y durante su lectura no olviden que sólo se trata de indagar en la posible génesis de estas sociedades y no en su desarrollo posterior.
Es un orgullo para muchos donostiarras el hecho constatable de que la invención de las sociedades gastronómicas se haya producido en nuestra ciudad. Incluso, hay quien argumenta que este descubrimiento, es uno de los pilares que mejor definen la idiosincrasia de San Sebastián, razonándolo en el tópico carácter igualitario y fraternal de estos txokos, oasis de libertad en los tiempos en que la libertad escaseaba por estas latitudes.
Intuyo, que estos donostiarras tan identificados con los tópicos lugareños y por ende con nuestras allegadas sociedades gastronómicas, se asombrarían si supieran que, muy probablemente, el origen de nuestras sociedades, quizá se lo debamos, a la muy desconocida fraternidad de la Francmasonería, una institución universalista poco propicia a identificarse o exaltar ningún tipo de patriotismo localista.
En este terreno, como en tantos otros, es de lamentar que nuestros cronistas e historiadores locales que tanto han escrito sobre las diversas instituciones donostiarras, hayan mantenido tradicionalmente una actitud de silencio y muy poco rigurosa en el estudio de los orígenes de estas sociedades populares que impregnan el carácter convivencial y tolerante de nuestra ciudad.
En España, la persecución endémica que salvo breves periodos históricos, han sufrido los francmasones, tanto por los poderes públicos y eclesiásticos, como por la parte más reaccionaria y conservadora de la sociedad y que aún hoy, desgraciadamente, se mantiene en forma de prejuicios contra ellos, les ha obligado a permanecer en el anonimato, sino en secreto sí, al menos, de un modo discreto, ocultando sus reuniones con mucha imaginación y acaso, las primeras sociedades gastronómicas sean el lógico resultado de esa permanente semi-clandestinidad que acompaña persistentemente a la masonería.
La aparición de la pionera de nuestras sociedades data de 1843, época en la que San Sebastián comenzaba su desarrollo como ciudad, mantenía un contacto fluido con la vecina y liberal Francia, junto con la existencia de una incipiente burguesía de comerciantes prósperos hicieron que nuestra Donostia, fuera una isla de liberalismo en un entorno provincial carlista de carácter conservador, religioso e intolerante con los nuevos aires que soplaban por Europa. No es difícil imaginar que en ese escenario, librepensadores inquietos se iniciaran en la masonería, tan en boga en aquellos días entre la intelectualidad europea y que, el ambiente de preguerra civil en el que vivían, les obligara a disimular sus reuniones enmascarándolas en una sociedad que según sus estatutos era para “comer y cantar” dos funciones que se hacen en toda reunión masónica: ágapes y música que no levantarían sospechas, siempre y cuando salvaguardaran con rigor su intimidad negando la entrada de personas “profanas” a su reuniones.
Ese marcado carácter discreto y liberal pudo condicionar tanto la prohibición de entrar a las mujeres, como los principios democráticos que plasmaron en sus reglamentos, por otra parte, nada comunes en aquella época por nuestras latitudes en que la democracia, la libertad o la igualdad eran aún utopías difíciles de alcanzar.
Veamos algunos otros datos más que apuntan a este origen masónico de nuestros txokos. Los podemos vislumbrar sí analizáramos crítica y objetivamente la tradición de ambas instituciones, sociedades gastronómicas y logias masónicas, así como las similitudes existentes entre ellas.
Las tenidas masónicas (reuniones ritualísticas de masones) siempre finalizan con una ágape fraternal entre todos sus miembros, este ágape suele ser una cena ritual y preñada de simbolismo. Para poder llevarla a efecto, la mayoría de los templos (logias masónicas) cuentan con cocina y comedor, además de ser universalmente conocida la larga tradición culinaria, bibliográficamente recogida, de una gastronomía ritual y típicamente masónica.
En esos ágapes, igual que en sus reuniones, muy similar a lo que ocurre en las sociedades gastronómicas, quedan desterradas toda diferencia social, económica o de edad que puedan tener sus miembros, siendo todos ellos dentro de ese recinto iguales en derechos y fraternales en su trato, algo que muchos han alabado como una característica definitoria de las sociedades gastronómicas.
Tal vez, este origen masónico explicaría la tradición exclusivamente masculina de las sociedades gastronómicas, ya que en las tenidas de masones, igual que en los txokos, históricamente ha estado vedada la entrada a las mujeres. Así en los reglamentos de constitución de Unión Artesana, en su artículo 47 dice “Asimismo se prohibe la entrada en los salones a las señoras aún cuando sean forasteras.” Podemos imaginar con la perspectiva que nos da el tiempo, la transcendencia de esta prohibición a las “forasteras” recordando que por aquella época San Sebastián era durante el verano la Capital de España, la reina Isabel II había escogido San Sebastián como lugar de residencia veraniega y las llamadas forasteras, no eran otra cosa que la aristocracia y la alta burguesía, que cada verano, al socaire de la corte se desplazaba hasta nuestra ciudad.
Mucho han cambiado las cosas y hoy es incomprensible para mucha gente esta prohibición tan anacrónica, no comprendiendo bien qué razones pudieron aconsejar a los fundadores de estas sociedades gastronómicas para prohibir de modo tan tajante esta presencia femenina en sus salones, prohibición que aún hoy sigue vigente en la mayoría de las obediencias masónicas. En las sociedades gastronómicas, aún persisten reminiscencias de esta tradición y muchas sociedades no admiten entre sus socios a mujeres y algunas, incluso, siguen manteniendo proscrita su sola presencia.
Curiosamente, quizá no sea una coincidencia, que la primera sociedad gastronómica donostiarra, que dio después origen a esta tradición, llevara el singular nombre de La Fraternal, nombre muy común en masonería y que es compartido por decenas de logias de todo el mundo. Baste decir como ejemplo, que hoy en día existe en San Sebastián una logia cuyo nombre es Gipuzkoa - Fraternidad.
En este sentido, es así mismo curiosa la coincidencia en la nomenclatura de las tres primeras sociedades, todas ellas fundadas en el siglo XIX, portando las tres, nombres de marcada similitud a los usados en las logias masónicas: La Fraternal, Unión Artesana y La Armonía.
Actualmente la Unión Artesana, la más antigua de las sociedades existentes, heredera directa de la antigua La Fraternal, aún mantiene su logotipo original, dos manos que se estrechan, un símbolo indiscutiblemente masón, el llamado “toque” del primer grado o de aprendiz, similar a otros muchos de logias e instituciones de creación masónica y muy parecido al de al “Sociedad Vascongada de Amigos del País”, fundada por los más egregios librepensadores francmasones que el País Vasco ha aportado al acervo cultural de esta tierra.
Pero hay no terminan las similitudes, hasta hace muy poco tiempo, en las sociedades gastronómicas más antiguas, aún se seguía votando la aceptación de nuevos miembros, con el sistema masónico de introducción de balotas blancas y negras en una urna.