Además de un cierto número de inscripciones en varios monumentos, se conocen seis amoxtli o manuscritos de incuestionable origen prehispánico. A ellos pueden sumarse por lo menos cuatro más que se elaboraron en tiempos muy cercanos a la conquista española. De años posteriores, a lo largo del siglo XVI y primera mitad del XVII, provienen otros testimonios en los que se siguen empleando antiguas formas de pictografía y escritura jeroglífica. Con el transcurso del tiempo se torna también visible en la documentación que continuaron produciendo los indígenas el impacto de los procesos de aculturación entre españoles y nativos. De hecho, se conservan en distintos archivos de México y de fuera de él centenares de manuscritos en los que sobreviven vestigios de la tradición pictográfica e ideográfica prehispánica, pero junto ya con elementos de clara procedencia española. Aparecen allí además diversos tipos de glosas o anotaciones, redactadas ya con el alfabeto, unas veces en nahuatl y otras en castellano, o en ambas lenguas.
Los mencionados seis amoxtli o códices de indudable origen prehispánico, aunque no provienen del ámbito mexica o azteca, guardan estrecha relación con la cultura de los pueblos nahuas. Por ostentar entre sí considerables semejanzas, se les considera integrantes de un conjunto de producciones afines. Dado que el más extenso de estos códices, tras haber sido enviado a Europa, fue posesión de un miembro prominente de la familia Borgia, se conoce hasta hoy con dicho apelativo. Teniendo por consiguiente a dicho Códice Borgia, conservado en la Biblioteca Vaticana, como prototipo en el mencionado conjunto, a él y a los otros cinco se les designa de ordinario con el nombre de Códices del grupo Borgia. En forma sumaria me referiré a ellos.
Recordaré antes los nombres con que se conocen y los lugares donde se guardan. Los más afines al llamado Borgia son el Vaticano B 3773 --por preservarse en la Biblioteca Vaticana-- y el Cospi o de Bolonia, existente en la Biblioteca de la Universidad de esta última ciudad. Un tanto diferentes, aunque ostentando algunas relaciones con el Borgia, están el llamado Laud --por el nombre de su último poseedor privado, William Laud, arzobispo de Canterbury--, hoy en la biblioteca Bodleyana de la Universidad de Oxford, y el Fejérváry-Mayer --también por los apellidos de dos de sus poseedores--, y actualmente en el Museo de Liverpool. A estos manuscritos debe sumarse otro --una sola hoja-- conocido como Del culto rendido al Sol, en la Biblioteca Nacional de París. Como puede verse, casi resulta una ironía que, con excepción de la referida hoja, los otros códices ostenten hoy nombres que absolutamente nada tienen que ver con su contenido. Tan sólo sería posible imaginar otra paradoja semejante suponiendo que a un manuscrito medieval europeo, digamos que una Biblia gótica, se le adjudicara el nombre de un indígena mesoamericano por el hecho de que fuera poseedor del mismo: ¡Biblia o códice Tlacahuepantzin! Volvamos ya al conjunto de estos códices. Pintados en largas tiras plegadas a modo de biombo, manufacturadas en unos casos con papel hecho de la corteza del amate y en otros aprovechando pieles de venado, a modo de pergaminos, cuanto se consigna en ellos guarda relación con los cómputos calendáricos del tonalpohualli, cuenta de los 260 días --básicamente de connotaciones astrológico-rituales-- la predicción de los destinos, el culto a los dioses, y las prescripciones acerca de las formas de ofrendas y sacrificios que debían hacérseles. En algunos casos se incluyen asimismo representaciones, acompañadas de referencias jeroglíficas, tocantes a aspectos sutiles de la antigua visión del mundo y de las interacciones de los seres humanos con el universo de la divinidad. A diferencia de otros códices prehispánicos, como los de procedencia mixteca en Oaxaca, en los manuscritos que integran el grupo Borgia no hay alusiones que permitan decir que, por lo menos, algunas de sus secciones tengan el carácter de crónicas. Su valor histórico es otro: en ellos se reflejan antiguas prácticas y tradiciones y se indican incluso las formas específicas cómo debían realizarse determinadas ceremonias e imprecaciones.
A estos seis libros, las más tempranas producciones que se conservan del ámbito cultural de la región central de México, hay que sumar los otros cuatro, elaborados en la época que inmediatamente siguió al contacto con los hombres de Castilla. Dos se asemejan mucho en su contenido a los integrantes del grupo Borgia. Son éstos los que se conocen como Códice Borbónico, y Tonalámatl de Aubin. En el primero, además de consignarse otra cuenta de 260 días, con la representación de las deidades que presiden cada uno de los distintos períodos, se incluye también un elenco pictográfico que abarca lo más característico de las fiestas que se celebraban en cada una de las 18 veintenas que integraban el año solar. De este modo, el Códice Borbónico es fuente primordial para conocer la liturgia religiosa de los pueblos nahuas. El llamado Tonalámatl de Aubin, según lo indica su nombre, perteneció a Joseph Alexis M. Aubin, coleccionista francés que lo sustrajo de México en el siglo XIX. Su calidad de ámatl, papel y de tomalpohualli, conjunto calendárico de 260 días, se subrayan también en su designación. Comparando el contenido de este manuscrito con los registros que aparecen en los del grupo Borgia, pueden percibirse algunas diferencias pero también grandes semejanzas. Fundamentalmente el universo de los dioses es el mismo en todos estos libros. Para conocer los atributos de cada numen y para enterarse de los distintos rituales que les correspondían, así como para situar creencias y prácticas religiosas en función de la estructura calendárica, estos amoxtli o libros son de un valor inapreciable. Atendamos a los otros dos libros, provenientes de la época del contacto con los españoles. Uno de ellos, conocido como Matrícula de Tributos, constituye una compilación pormenorizada de lo que tenían que entregar a México-Tenochtitlan, en determinados períodos, los varios pueblos o provincias que le estaban sometidos. Así, al lado del registro de los glifos toponímicos se miran en él los signos que denotan los varios objetos que se tributan. Como puede suponerse, este manuscrito es de particular relevancia para el estudio de la vida económica prehispánica. Finalmente, el cuarto de los amoxtli, perteneciente a la misma etapa, muy cercana a la Conquista, tiene un contenido histórico. Dicho manuscrito se conoce con el nombre de Tira de la Peregrinación. En él se representa lo que fue la marcha de los mexicas o aztecas, desde su salida de la mítica Aztlan hasta llegar a Chapultepec. Acompañan a las pictografías de este documento diversas anotaciones jeroglíficas, tanto de contenido calendárico como referentes a los nombres de personas y lugares.
Además de la Tira de la Peregrinación, se conservan otros códices asimismo de contenido histórico y de fechas relativamente tempranas en el siglo XVI. En varios casos se trata de copias de amoxtli o libros prehispánicos. Muestras de ellos las proporcionan los códices mexicas que ostentan los siguientes nombres: Azcatitlan, Mexicanus, Sigüenza, Vaticano A, Telleriano-Remense. En tanto que en los tres primeros la mayor parte del contenido versa sobre la peregrinación de los mexicas y otros temas afines, en los dos últimos, además de las referencias históricas que abarcan períodos mayores, se incluyen otros asuntos. En el Vaticano A hay una importante sección acerca de las edades cósmicas y de los orígenes primordiales y, tanto en él como en el Telleriano-Remense, se incluyen registros del tonalpohualli o cuenta de 260 días. Otros ejemplos de la documentación indígena existente los proporcionan los manuscritos de origen tetzcocano, también de contenido histórico, que versan sobre las vidas y actuaciones de varios de sus antiguos gobernantes. Entre ellos sobresalen los códices Xólotl, Tlotzin, Quinatzin, de Tepechpan y En Cruz9. Rasgo digno de especial mención es que en algunas de estas producciones, al lado de las pictografías y los signos jeroglíficos, hay glosas en nahuatl, consignadas con el alfabeto latino. Tales glosas son comentarios derivados de la tradición oral respecto de lo que se representa en los manuscritos. Estos se tornan así muestras plásticas de la antigua convergencia, descrita por frailes como Bernardino de Sahagún y Diego Durán, de lo que eran los testimonios de los códices y sus correspondientes comentarios preservados por la tradición. Fray Diego Durán notó a este respecto que en los antiguos centros de educación tenían grandes y hermosos libros de pinturas y caracteres de todas las artes, por donde las enseñaban...10 a los estudiantes. Por otra parte, el incipiente empleo, en varios de los códices que acaban de mencionarse, de glosas redactadas con el alfabeto latino, muestra el modo como se fue amestizando la producción de estos manuscritos indígenas.
Esto es aún más visible en otros textos, debidos también a indígenas de idioma nahuatl. Un ejemplo extraordinario lo proporciona la llamada Historia Tolteca-chichimeca, procedente del pueblo de Cuauhtinchan, en el actual Estado de Puebla. En esta obra, a la par que se incluyen no pocas pictografías acompañadas de anotaciones jeroglíficas, se consigna también un largo texto en nahuatl escrito con el alfabeto latino. En dicho texto se preservan noticias históricas que van, desde la ruina y abandono de la metrópoli de Tula, donde había florecido el gran señor de los Toltecas Quetzalcóatl, hasta algunos acontecimientos posteriores al contacto con los hombres de Castilla. En esta Historia se incluyen además varias composiciones de gran interés para el conocimiento de la expresión literaria de los pueblos nahuas. Así, pueden citarse varios antiguos cantares y algunos discursos que allí se transcriben en su lengua original y cuentan entre las producciones a las que cabe asignar una antigüedad que, en varios casos, parece remontarse a los siglos XI y XII d.C.11.
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Hace 15 años
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